EL NIÑO QUE SOY
Soy un niño con un nombre
que me sustenta
llámame por mi nombre.
Aceptame como soy:
no me compares.
Yo soy como tú, un individuo único
con únicas maneras de percibir
interpretar y expresarse.
Aprender es agradable.
No me lo eches a perder
con castigos
tareas y amenazas.
Permíteme expresarme libremente:
no termines mi frase
ni culmines mis trazos
ni rellenes mis dibujos.
Intercambia conmigo opiniones.
Así me ayudas a aceptar
las críticas ajenas.
Mírame a los ojos cuando me hables.
De ser posible colócate a la altura
de mi vista.
A veces me duele el cuello
de mirar hacia arriba.
Sé discreto con mis asuntos:
mis piojos,
mi zurdera,
mi tartamudez
o mis rabietas;
no van a desaparecer
por el hecho
de que tú las pregones.
Déjame tomar decisiones.
Sugiéreme y plantéame
alternativas pero enséñame
a ser independiente;
a prescindir de ti.
Estímulame para mantener
despiertos mis sentidos.
Con ellos puedo hacer
y rehacer el universo.
Valora mis esfuerzos
más que los resultados
de mis actos.
Así tendré ánimo
para seguir adelante y ése
será nuestro triunfo.
Si asumes que yo soy
un individuo en proceso
de transformación (y tú también)
podremos ser solidarios en la creación.
Necesito límites y está bien
que ejerzas el control pero
hazlo con firmeza, congruencia
preserverancia y cariño.
No me pidas que me quede quieto
por mucho rato.
Tengo muchos barcos
y trenes
y aviones,
caballos y mariposas
por dentro.
No me resuelvas las cosas
porque me harás un desvalido.
No supongas lo que me pasa;
indágalo.
Así nos ayudaremos.
Un dato para sobrevivir
el mañana:
enséñame a cooperar antes que
a competir.
Enséñame también cómo aprender
pero quiero aprender explorando,
haciendo,
viviendo.
Necesito amar
y ser amado.
Vamos pues.
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